sábado, 10 de mayo de 2008

Vivere deinde philosophare

Decía un antiguo pensamiento romano: Vivere deinde philosophare, (vivir, despues filosofar).
¡Cuanto tiempo ha estado la filosofía alejada de la vida!, condenada a la imagen de un enrevesada especulación intelectual, fria y esteril y en nada proxima a la vida cotidiana, sus miserias y elegrias, sus preguntas y sus necesidades de respuesta. El pensamiento, la imaginación, no pueden convertirse en un refugio que nos aisle de la realidad, sino una antorcha que ilumine una pletótica vida llena de experiencias.
Por eso, cuando el hombre desarrolla una de las más bellas cualidades que posee, que es poner la luz del entendimiento sobre la experiencia de la vida, todo se torna más vital, más colorido, más rico.

Pensar, sentir, hacer... como una unidad que busca y haya sentido a la vida.
No hay filosofía verdadera si no hay vida, si no hay amor y compromiso vital que conmueva y mobilize a todo el ser hacia su plena realización. Tampoco creo que haya aventura más emocionante que vivir con la conciencia abierta, aprendiendo a cada paso y tratando de desplegar el infinito abanico de potencialidades que guardamos, a la luz de ese discernimiento, con la proa puesta hacia un ideal de vida.